Existe una línea tenue entre algunos conceptos que se confunden con el concepto de RESPONSABILIDAD, haciendo que perdamos el equilibrio y caminemos más para un lado que para otro.
Muchas veces, con la intención de que salga todo perfecto (o al menos exactamente de la forma que deseamos), intentamos CONTROLAR todo y nos responsabilizamos más de lo que podemos aguantar. Queremos abrazar al mundo intentando controlar todo el proceso de un suceso.
Y ese afán controlador empieza a pesar sobre nuestra columna, sobre nuestros hombros, porque en definitiva sabemos que no podemos estar en todos lados, controlarlo todo. Y el resultado de esto es un estrés, una frustración sin fin.
Necesitamos entender que no somos una isla. Nadie lo es. Si fuera así, cada uno de nosotros tendría su propio planeta, como El Principito. Somos seres sociales y necesitamos relacionarnos, intercambiar, aprender y enseñar con los demás. Es a través de truques en las relaciones que crecemos, evolucionamos, ayudamos a los demás y somos ayudados y así nos sentimos útiles y felices.
Entonces, lo que realmente necesitamos hacer es soltar el CONTROL y aprender a DELEGAR, para que haya un saludable equilibrio en cuanto al factor de la RESPONSABILIDAD. Al percibir que no podemos abarcar todo, delegamos nuestro poder a otros.
Pero muchas veces delegamos también lo que sería nuestra RESPONSABILIDAD y de esa forma nos mantenemos en una isla paradisíaca, en una zona de confort, hasta ver que el resultado tampoco salió como esperábamos.
Resulta que nuestro crítico actúa y se queja de la incompetencia de los demás, pues nada sale como nos gustaría y la consecuencia es otra vez estrés y frustración. Existe un equilibrio entre CONTROLAR y DELEGAR en medio del cual fluye la verdadera RESPONSABILIDAD. La responsabilidad es la capacidad de comprometerse y actuar conforme a ese compromiso. Es responder con habilidad. Pero sólo puede responder con habilidad quien respeta procesos, quien conoce sus límites, quien tiene autoconocimiento.
Necesitamos observarnos constantemente para percibir en qué momento estamos intentando controlar todo el proceso, abarcando el mundo de todas las formas que nos resulten posibles y estresándonos al hacer esto. También necesitamos observar en qué momento simplemente delegamos lo que nos corresponde para no tener que asumir ningún compromiso, con el deseo de obtener beneficios por algo que no hicimos e inclusive creer que tenemos el derecho a criticar a aquellos que lo hicieron por nosotros.
En ambos casos estamos en desequilibrio y también aislados de los demás: o somos islas de control o somos islas de confort. La percepción del límite entre una cosa y otra va quedando más clara a través del autoconocimiento.
Es por medio de la auto-observación que percibimos si estamos controlando o no el proceso o si estamos simplemente delegando el proceso a terceros. Es imposible que en cualquiera de estos dos casos logremos un resultado positivo porque siempre estaremos más en una situación y menos en otra.
El autoconocimiento nos permite percibir cuando cruzamos esa línea tenue. Es a través del contacto con nuestro YO interior que podemos actuar de forma más armónica y equilibrada.
Nuestro YO interior es como un péndulo que nos marca el lugar indicado y nos permite corregir la desviación del rumbo cuando nos desequilibramos.
Heloisa Aragao y Thatiana Pagung