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NUESTRO NIÑO Y LA CORTINA DEL PASADO

Otto Lara Resende, periodista y escritor, dijo cierta vez en una de sus columnas: “ Un niño ve lo que el adulto no ve. Tiene ojos atentos y limpios para ver el espectáculo del mundo. El poeta es capaz de ver en la primera vez lo que, de hecho, nadie ve. Y existe el padre que nunca vio a su propio hijo, el marido que nunca vio a su propia mujer. Eso existe por demás. Nuestros ojos se gastan en el día a día, opacos. Es por ahí que se instala en el corazón el monstruo de la indiferencia”.

Eso es tan cierto, creo que no abrir los ojos de nuestro niño interior es estar condenados por el resto nuestra madurez.

Tal vez no se pueda acusar propiamente a la madurez por la pérdida del niño y del poeta, pero la mirada siempre volcada al pasado, sí esa puede ser la gran responsable. Pues el pasado puede infiltrarse en el presente, trayendo una cortina de viejos hábitos de percepción que roban la luz del sol e impiden a la renovación, entrar.

Al mismo tiempo que nuestras experiencias del pasado nos traen conocimiento, pueden también darnos la impresión de que nada cambia. De que, por ejemplo, una vez visto un paisaje, será siempre el mismo a partir de ahí. O que las personas que conocemos también serán siempre las mismas y con eso pensamos tener que conocer otros paisajes y otras personas todo el tiempo, tratando de mantener nuestra mirada curiosa e interesada. La vida comienza a parecer una corrida contra el aburrimiento.

Pero lo mismo está siempre en nuestro ojos volcados al pasado, pues cada minuto del presente es tan nuevo, tan mágico y bello. Tantos descubrimientos, cambios y detalles nunca percibidos en nosotros, en las personas y en el mundo están ahora en frente nuestro, en el presente.

Cómo podemos ver esa explosión de vida y novedades cuando todo lo que percibimos es la cortina del pasado? Atrás de la cortina todo es viejo, repetitivo, siempre el mismo aburrido día. Nada cambia y nuestro espacio se hace cada vez más chico, sofocante y oscuro. Cuál es la motivación posible para iniciar un nuevo día, si todos parecen iguales? En la tentativa de dar algún movimiento, tratamos de provocar nuevos y emocionantes eventos, como también negativos, para sentirnos vivos. Pero, la cortina hace que los nuevos eventos pasen a ser rápidamente, tediosos y viejos.

Sí! Nada consigue sacudir y ahuyentar al monstruo de la indiferencia, mientras no se recupere la mirada curiosa del niño y la observación sensible de nuestro poeta interior, en el momento presente.

Vivir nuestro niño interior es despertar a la excepcionalidad de cada momento y ser feliz.

Vera Calvet

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