Las dudas y la elección correcta
Había un discípulo que llegó al Ashram en búsqueda de paz para su espíritu, pues era una persona que vivía atormentada por sus dudas.
El Maestro lo recibió diciendo que harían una larga caminata para los aprendizajes, pero antes, como era hora de comer, puso en el comedor dos cuencos con granos y distintos vegetales, ambos con una apariencia muy saborosa.
Entonces, el discípulo le pidió al maestro que le diera el honor de elegir primero. A lo que el Maestro, con una sonrisa contestó: “Ya comí más temprano, gracias. Voy a acompañarte solamente”.
El discípulo se detuvo desconcertado, examinando uno de los cuencos, y el maestro percibiendo la duda en el semblante del discípulo, explicó: “esa mezcla que examinas está preparada de tal forma que su combinación de granos y vegetales suplen una cadena balanceada de vitaminas, minerales y proteínas”.
El discípulo confundido, miró el otro bol, y preguntó: “¿Y ese, Maestro?
Y el maestro le contestó: “Ese también”.
El discípulo miro uno y luego el otro, y el maestro completó: “¡Ambos son sabrosos!”.
El discípulo empezó a inquietarse y pensó: “¡Esto solo puede ser una prueba! Él no me está dando ninguna información para diferenciar y poder elegir”.
Entonces, decidió utilizar un artificio para descubrir cuál sería la elección correcta, preguntando: “¿Cuál de esas sabrosas mezclas elegiste para tu comida, Maestro? Y el Maestro sonriendo le contestó: “La lecha de cabra. ¡Me gusta muchísimo la leche de cabra! Pero infelizmente, la cabra solo da leche por la mañana, por eso no te he ofrecido ahora en tu comida”.
El discípulo vio sus miedos y angustias aflorar si control. Su miedo de elegir equivocadamente y no pasar la prueba lo envolvió por completo, se sintió sin alternativas y eligió uno de los cuencos al azar, aunque a esas alturas su estómago estaba apretado por la ansiedad y no sería capaz de comer.
Así que tocó uno de los cuencos, el maestro se levantó, cogió el otro y salió apresuradamente del comedor, dejando al discípulo atónito, pensando: “Elegí el bol incorrecto, sin duda”.
Colocó algo de comida en su boca, y a pesar de estar sabrosa, no logró terminarla. Se quedó unos minutos mirando al bol y vigilando la puerta por donde el Maestro había salido, sin saber qué hacer.
Fue cuando el Maestro volvió con una sonrisa, diciendo: “Perdona mi salida apresurada, pero tenía que llevar el otro bol a un discípulo que llegó recién y estaba hambriento. “¿Vamos a caminar?”, el discípulo confundido preguntó: “¿Entonces eso no era una prueba para que yo hiciera la elección correcta?”
El maestro dio una carcajada y contestó: “Eso era solamente tu comida para que tengas fuerzas en nuestra caminata”. Y mirando con ternura al confundido y triste discípulo añadió: Cuando estés frente a una duda, no te preguntes cuál sería la elección correcta, ya que al no conocer las consecuencias de ninguna de las dos, no habrá datos comparativos, por lo tanto, es una pregunta sin respuestas.
Es mejor preguntar cuál es tu verdadero objetivo frente a esa elección. En este caso, el objetivo sería alimentarte para tener fuerzas para nuestra caminata, y siendo así, cualquiera de los cuencos contenía lo que necesitabas. “¡Tu duda surgió porque no hiciste la pregunta correcta!”.
Hacer la pregunta equivocada, nos genera duda. Nunca podremos saber con certeza “cuál sería la elección correcta” sin antes conocer las consecuencias exactas que vamos a obtener de cada una. Y eso es una cosa imposible de saber en el momento de la elección.
Entonces, es preferible hacer la pregunta correcta: “¿Cuál es mi verdadero objetivo?”,
de esta forma se pueden evitar las dudas innecesarias.
Todo el tiempo estamos eligiendo. Desde el momento en que nos despertamos hasta la hora de dormir. Nuestro grado de felicidad, depende de cuánto nuestras elecciones están alineadas con nuestra verdad, con nuestro ¨Yo interno¨. Vera Calvet – Instituto Ráshuah do Brasil