Aprendemos desde muy pequeños que debemos ser amables con los demás, que debemos ser respetuosos con el resto, que debemos agradarle a todo nuestro entorno y sobretodo aprendimos a ser queridos por los demás, no importa el costo.
Nuestra educación está basada en como los demás nos perciben, nos miran y nos escuchan. De esa forma estamos siempre buscando el amor que nos falta en alguien más. Una vez que creemos que ser querido es lo que importa, el miedo al rechazo y la necesidad de ser aceptado son las bases de nuestras acciones.
Al buscar a alguien que nos quiera, ya sea una pareja, un padre, una madre, un hijo o hermano, le estamos diciendo a nuestro inconsciente que no somos lo suficientemente queridos, que no estamos completos, que nos falta algo.
El tema es que los demás ven en nosotros aquello que en realidad somos, no lo que aprendimos ser. Puede que perciban las capas de educación, etiquetas, belleza, pero en lo más profundo, perciben sin saberlo que nos falta algo.
Entonces ¿Qué nos falta? Nos falta el amor por uno mismo. El amor siempre empieza por uno mismo.
¿Con qué frecuencia te conectas de verdad contigo?
¿Cuántas veces te preguntas si quieres o no hacer tal cosa?
¿Cuántas veces dices sí, cuando querías decir no? o ¿Cuántas veces dices no, cuando querías decir si?
¿Con que frecuencia escuchas tu voz interior?
Al escuchar estas preguntas, nos damos cuenta que siempre consideramos la opinión de los demás pero no tenemos en cuenta la opinión que tenemos respecto a nosotros mismos.
La cuestión es, que tu vida no puede existir sin que estés en ella. Eres la persona más importante de tu vida. Por lo tanto, empieza por amarte.
Ya lo sé, es muy difícil. No nos enseñaron a amarnos. Nos enseñaron que eso es ser egoísta. Y ser egoísta es feo, pues la gente no nos va a querer. ¡Que trampa!
¿Qué sería amarnos? ¿Y qué sería ser egoísta? Pues son dos cosas distintas. El egoísta es aquel que solo piensa en sí mismo por lo tanto, es irrespetuoso, desagradable, invasivo, oportunista, y no tiene la intención de agradar a nadie sino a si mismo. Y estamos seguros que no queremos ser esa persona.
El que se ama, no se comporta de esa manera. El que se ama se escucha, se permite decir un no o un sí sin herir al otro porque lo dice desde su corazón. El que se ama, no quiere herir a nadie, se respeta por encima de todo. No dice si para agradar al otro, dice si porque le parece una buena idea, porque puede hacerlo, porque puede comprometerse con la idea, porque se conoce y se respeta.
¿Te respetas? ¿Cómo quieres que los demás te respeten? Si estás intentando agradar a los otros, no te estás respetando. Si dices sí a algo “porque no te cuesta nada” hacerlo, cuando en realidad te quita tiempo que tenías como prioridad para hacer tus cosas, no te estás respetando, no te estás escuchando, estás diciendo si por el otro, no por ti mismo. Y es allí donde nace la falta de amor. La falta de amor hacia uno mismo.
¿Qué tan importante es para ti tu opinión?
Si te respetas y te amas, estás viviendo según tu verdad interior y por lo tanto estás generando esa energía de amor, respeto, amabilidad que tanto nos enseñan a cultivar. Generamos esa energía, sin hacer esfuerzo, sin bajar nuestras cabezas, sin bajar nuestra autoestima, respetando nuestros límites y escuchando nuestro corazón. Dentro de nosotros nace el verdadero amor y contagiamos a los demás con el amor que sentimos por nosotros mismos. No nos falta nada, en realidad, nos sobra y las personas pueden sentirlo.
¿Pero cómo hacemos para desarrollar ese amor tan precioso que es el más importante de nuestras vidas?
A través del autoconocimiento. Es un trabajo largo y constante que nos da el derecho de cambiar creencias constantemente, aceptar nuestras limitaciones y expandir nuestros conceptos acerca de nosotros mismos.
Te sugiero que empieces haciendo una lista de las cosas más importantes en tu vida. Por ejemplo, tu familia, tus relaciones, tu trabajo, tus hobbies, tus obligaciones. Y después con cada ítem, te preguntes en que lugar va cada situación si está en primer, tercer o último lugar.
¿Si no está en primer lugar, vuelve a preguntar por qué? Miedo al rechazo, ¿miedo a que alguien se enoje, miedo a que se alejen? Y así vas a entender que la energía que estás generando no es amor, sino miedo.
Si estamos constantemente intentando agradar a los demás, cuando ellos no se comportan como nos gustaría, nos frustramos, nos sentimos heridos o rechazados. No podemos dar aquello que no tenemos a los demás, sino vamos a exigir una devolución de lo que damos.
El amor es nuestro, y si tenemos amor por nosotros mismos seremos siempre amables, respetuosos y expandiremos ese amor a todos los que se relacionen con nosotros.
Por lo tanto, escucha tu corazón, pregúntate que quieres y si lo puedes lograr, respétate.
Ámate, que el mundo reaccionará a esa energía.
Con cariño,
Heloisa Aragao