Amor Propio vs. Pasión Propia
Muchas personas confunden el amor propio con aspectos externos como la apariencia, la posición social, la seguridad económica o el cuidado físico. Sin embargo, esto no es amor propio, sino pasión propia. La diferencia entre ambos conceptos es esencial: la pasión es una emoción pasajera, un impulso que, aunque puede ser el punto de partida hacia el amor, sigue siendo volátil y dependiente de factores externos.
El amor, en cambio, simplemente es. No fluctúa con los altibajos emocionales de la pasión. Una persona puede sentirse apasionada por su imagen, su forma de hablar o de vestir, o por ser aceptada socialmente, pero esta pasión todavía depende del entorno. Si el bienestar depende de la aprobación externa, no se trata de amor, porque el verdadero amor es una experiencia interna, libre de condicionamientos sociales o creencias impuestas.
Amarse a uno mismo es aceptar quién eres, sin reservas.
El autoconocimiento genera confianza, y esta confianza es la base de una autoestima genuina, aquella que no proviene de la validación externa, sino del reconocimiento de nuestras cualidades y del abrazo consciente a nuestras dificultades.
Cuando llegamos a conocernos lo suficiente como para no rechazarnos, sino aceptarnos plenamente, experimentamos el verdadero amor propio. Este implica reconocer y expresar nuestros talentos, pero también aceptar y acoger nuestras limitaciones.
Aceptar nuestras dificultades significa liberarnos de la comparación. Entender que equivocarse es parte del aprendizaje nos permite dejar de ser tan severos con nosotros mismos. Sin embargo, este proceso no es automático, ya que desde la infancia hemos absorbido creencias sobre lo correcto e incorrecto, lo aceptable o inaceptable. Esas creencias, muchas veces inconscientes, dictan cómo nos tratamos: generan baja autoestima, comparación constante, autocrítica, autoexigencia y sentimientos de rechazo o inadecuación.
Romper estos patrones requiere un trabajo de consciencia.
Sacar estas creencias del inconsciente es un proceso gradual que comienza al reconocer esos pensamientos dañinos y reemplazarlos por otros más compasivos. Aprender a acoger nuestras imperfecciones es aprender a silenciar esa voz crítica que constantemente nos juzga.
El amor propio es un viaje continuo de autodescubrimiento, una relación afectuosa y honesta con uno mismo. Es aceptar que la perfección no existe y que tampoco somos imperfectos; simplemente somos. Amarse es manifestar lo mejor dentro de nuestras limitaciones, sin buscar la aprobación externa ni temer al juicio de los demás.
Este amor es, además, un ejercicio de humildad. No implica creerse superior, sino reconocer nuestras fortalezas al mismo tiempo que abrazamos nuestras limitaciones. Solo podemos hablar de amor propio cuando nos aceptamos íntegramente, sin pretender ser más ni menos de lo que realmente somos.
Con cariño,
Thatiana Pagung y Heloisa Aragao